Admito que todavía a día de hoy
no he conseguido terminar un cubo de Rubik sin hacer trampa. Hubo una
temporada, de pequeño, que lo cogí con muchas ganas y me pasaba todo el día
girando sus caras, intentando concienzudamente resolverlo. Y fue a partir de ver
esta película. Cube (Vincenzo Natali,
1997) nos adentra en un inmenso e intrincado laberinto mortal formado por cubos
de colores, en el que se pone en entredicho la verdadera condición humana.
Seis desconocidos despiertan
enfundados en un mono cenizo, atrapados en una cárcel cúbica. Cada cubo tiene
seis caras y cada cara una compuerta que comunica con otro cubo idéntico. Lo
peor es que algunos cubos albergan trampas mortales que se activan al
aventurarse en ellos. Y al parecer, el rompecabezas está formado por decenas de
miles de cubos. En definitiva, un sofisticado y retorcido laberinto para
ratones de dimensiones gigantescas, en el que cualquier paso en falso puede
suponer una muerte horrible. En este claustrofóbico ambiente, el terror psicológico
está garantizado.
Rodado en un solo set variando
las dominantes de color, se consiguió un aprovechamiento muy eficiente de un
solo espacio. A partir de un solo cubo, pudo recrearse virtualmente una
infinidad de ellos, haciendo al espectador tomar conciencia de la asombrosa magnitud
potencial de la prisión. Esta es una de las claves del film. En su interior, un
grupo de personas desesperadas se ve obligado a colaborar para sobrevivir y
encontrar una salida. El conflicto está servido. No tardarán en surgir tensiones,
suspicacias y desconfianzas entre ellos. Cube
es una suerte de “Gran Hermano” sádico y maquiavélico, matemáticamente diseñado
y aparentemente infundado. El guionista y director no quiso dar explicación a
la existencia del cubo. No se sabe si es un experimento gubernamental o cosa de
extraterrestres. Y de hecho, es mejor así. Este misterio es altamente
sugestivo. Desgraciadamente, cuenta con una secuela y una precuela que tratan
de ampliar la trama que envuelve a la creación del cubo, que aunque interesantes,
son flojas e innecesarias y añaden elementos explicativos que no proceden.
Un guión inteligente, un
presupuesto ajustadísimo pero bien exprimido y unos austeros pero aceptables
efectos especiales demuestran que se pueden hacer grandes cosas con buenas
dosis de ingenio, de manera independiente y sin mucha pasta. Esta cinta causó
sensación en Sitges, donde el público suele agradecer este tipo de propuestas.
Su concepto caló y ha influido en otros films posteriores en los que
reconocemos elementos extraídos directamente de estos cubos. Podemos citar
principalmente a Pí: Faith in Chaos
(Darren Aronofski, 1998), por el rollo matemático y Saw (James Wan, 2004), por sus sádicos puzzles.
El prólogo es demoledor y el
desarrollo es adictivo. Sin embargo, cabe mencionar que la inevitable exploración
psicológica de los personajes y sus conflictos, aunque efectiva, creo que es ampliamente
superada por otras pelis, cómics y libros, de mayor complejidad. El escueto tratamiento
de los sujetos deviene en resultados fácilmente predecibles. También es cierto
que su tercer acto es acelerado y posee un clímax apretadito. En este sentido
es un film eficaz pero acostumbrado.
Peli de terror sugestivo, con
sangre y cubos, muy original, que engancha desde el principio y no defrauda.
Una recomendación absoluta. Ya veréis como os vuelve a picar otra vez el
gusanillo del dichoso cubito de Rubik.
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