12 Angry Men (Sidney Lumet, 1957)
Juicios y prejuicios. Gritos y
susurros. Blanco y negro. Volvemos la mirada atrás para redescubrir un clásico
del cine americano, de esos que definen el propio concepto de clásico: intemporal, imperecedero y fuente de inspiración y enseñanza. Una obra de corte
teatral, de técnica televisiva y de sabor de auténtico cine. De obligada exposición en un hipotético museo
del mejor cine mundial.
Sidney Lumet dirige su primera película,
12 Angry Men, en 1957, constituyendo
un éxito comercial y de crítica. En ella, se muestra a los doce miembros de un
jurado popular que debe determinar por unanimidad la culpabilidad de un
muchacho negro y de clase desfavorecida en el asesinato de su padre. La
condena: la pena de muerte. Un solo escenario. 12 personas que deciden el destino
de otra. Una serie de pruebas circunstanciales que apuntan en una dirección
inequívoca. Y siempre una duda razonable que planea sobre el caso, eje
principal en torno al cual gira el largo y acalorado debate que introduce
Henry Fonda. Su personaje supone el foco racionalizador y de argumentación en
un bosque de tozudez e insensatez, que va haciendo tambalear la supuesta
convicción inicial de la mayoría de sus compañeros e inclinando la balanza
hacia la cordura y la reflexión.
La dirección es brillante y aun
hoy día puede tomarse como una lección magistral de cine. Se notan los orígenes
de Lumet, ya que posee una puesta en escena teatral, clásica y en consonancia
con la realización televisiva de la época. Atendiendo a ella, encontramos algo
característico del cine clásico de Hollywood. El film es aparentemente
transparente, es decir, parece que el montaje, la realización, etc. están
orientados a hacer que el narrador pase desapercibido y dar la sensación de que
el relato se cuenta sólo, sin una intervención que dirija la mirada del
espectador. Sin embargo, con un visionado más detenido observamos que la
composición de los planos, la iluminación, los movimientos de cámara y la
puesta en escena en general no son así por casualidad. Existe una intención narrativa
y como en cualquier obra audiovisual, el autor construye un discurso. Cierto es
que las huellas narrativas no son tan evidentes como en pelis más modernas, mas
siendo sutiles, haberlas haylas.
Notable la profunda y rica
caracterización de los personajes, llenos de matices y trabajados a muchos
niveles. Y soberbias las interpretaciones. Sirve casi como estudio sociológico
para ver cómo se establecen los roles y los liderazgos, y cómo surgen
rivalidades y enfrentamientos. Es una continua y agitada lucha entre la razón y
la testarudez ciega e infundada, encarnada ésta última en el personaje
interpretado por Lee J. Cobb, visceral, moralista y obcecado padre de familia
que se toma como algo personal el caso y se opone diametralmente al personaje
de Fonda, erigiéndose desde el principio como su más férreo rival. Cada
personaje posee intereses y motivaciones personales que trasladan a la
discusión. Lumet maneja bien los tempos y los juegos de miradas para crear
suspense y tensión dramática. Existe, además, una clara evolución de los
personajes a medida que se desarrolla la deliberación.
Compleja pero accesible, clásica
pero actual, y muy entretenida. Recomiendo verla en versión original para poder
disfrutar al máximo de las actuaciones. Sigue teniendo vigencia su mordaz
crítica al sistema judicial estadounidense y a algunos valores arcaicos de la
sociedad americana. Buscadla y vedla. Ya me haréis llegar vuestro veredicto.
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