Looper (Rian Johnson, 2012)
Amigos de la ciencia ficción, si
llevabais todo el año esperando esa gran película que sacudiera las telarañas
del género y os regalara una buena dosis de entretenimiento y buen cine, no
sufráis más, Looper (Rian Johnson,
2012) lo ofrece con creces. Un guión ambicioso, un gran reparto, una historia
oscura y un arsenal de ideas interesantes son los principales ingredientes de
esta cinta llamada a convertirse en un clásico.
En el año 2074, los asesinatos están
terminantemente prohibidos. Una organización criminal utiliza clandestinamente una
máquina del tiempo para enviar a sus víctimas al pasado (2042) donde unos
sicarios de bajo rango llamados ‘loopers’ les eliminan, de manera inflexible y
mecánica, trabuco en mano, y se deshacen del cuerpo. Fácil y limpio. Sin
cuestionamientos. Cuando el jefe de la organización en el futuro, conocido como
“El fundador” (The Rainmaker, en la versión original), considera que un
‘looper’ ha cumplido con su deber, le envía a sí mismo al pasado para “cerrar
el bucle” y suprimir así todo rastro de la actividad delictiva y evitar
posibles peligros derivados de jugar con el continuo espacio-tiempo. Entonces,
los esbirros se retiran y se entregan a una vida despreocupada, llena de
excesos y opulencia, aguardando que algún día otro matón del futuro les
secuestre y les arranque de su tranquila existencia, para enviarle a morir al
pasado...
El film arranca con un prólogo
sencillo, directo y contundente, que expone la premisa de un plumazo y dispone
para disfrutar de una enrevesada e intrincada historia de ciencia-ficción, con
claros tintes de cine negro y generosas raciones de acción. La primera media
hora, dedicada a plantear la situación y mostrar el distópico escenario en que
se desarrolla todo, es una verdadera demostración de buen cine y una aportación
de ideas frescas, que ya tocaba. No vamos a engañarnos, se trata de una peli
palomitera. Sin embargo, según avanza el metraje, vamos asimilando una peculiar
estructura narrativa que esconde una complejísima trama que exige participación
activa del espectador y en la que se muestra a individuos con sentimientos e intereses
enfrentados, que acaban inevitablemente entrando en conflicto. El autor trata en
todo momento de huir del manido thriller de acción futurista intentando
imprimirle mayores niveles de complejidad, a nivel narrativo, estético y emocional,
mientras explora los límites de las paradojas temporales.

Como apunte curioso y que parece
ser una tendencia, en el hipotético futuro que construye el autor, un mundo
reconocible salpicado de elementos futuristas, se proponen dos ideas muy en
paralelo con la última versión de Dredd (Pete
Travis, 2012): una nueva droga de diseño (que esta vez se aplica como colirio,
no inhalando) y una mutación, que en este caso afecta a un 10% de la población
y otorga habilidades telekinéticas. En él, además, subyace un mensaje político
y sociológico, al ver hasta qué punto se han agudizado las desigualdades sociales
y banalizado la violencia; y el futuro no es algo tan pulcro ni brillante como
todos soñábamos.

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