Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992)
Una voz radiofónica en over da paso a una canción de George
Baker, “Little Green Bag”, cuando a cámara lenta vemos desfilar al moderno
grupo salvaje, trajeado y con corbata, de Tarantino. “A band apart”. Quentin se
sonríe tras unas gafas de sol, consciente de su talento. Puede que se huela que
está a punto de sorprender con su impactante ópera prima, que va a reclutar a millones de adeptos fans en todo
el mundo, a dar a conocer un estilo que los nuevos cineastas van a tender a
imitar y que va a saltar a la primera plana del panorama cinematográfico
actual.
A través de una estructura
narrativa novedosa, elíptica y con saltos cronológicos, el cinéfilo formado en
la trastienda de un videoclub de Manhattan Beach, California, cuenta la
sencilla historia de una banda de atracadores que planean un robo de joyas que
nunca se muestra y que sale mal y se salda con la muerte de varios de ellos.
Los que sobreviven empiezan a sospechar que alguno dentro del grupo les ha
delatado. Un argumento muy americano que le sirve a su autor para desarrollar
un thriller violento con buenas dosis de humor negro y centrarse en un
elaborado discurso. El peso del film se asienta sobre sus personajes,
identificados por un código de colores que pretende evitar un posible
intercambio de informaciones personales entre ellos y unos ingeniosos y
aparentemente inocuos diálogos. Asesinos de elegante indumentaria, insensibles
y crueles, pero llenos de matices. Alguien que puede reventar a balazos a dos
policías sin despeinarse, reprueba la actitud de otro al negarse a dejar
propina para una pobre camarera, seguramente aspirante a actriz frustrada. Una
de las señas de identidad de Tarantino es su capacidad de envolver de anodina
cotidianeidad a unos personajes y situaciones de lo más sórdido. Célebre es la
conversación sobre hamburguesas que precede a un asesinato en Pulp Fiction (Tarantino; 1994). Este
aspecto recuerda a los planteamientos de los hermanos Coen, aunque estos
últimos posean una intencionalidad más patente a la hora de satirizar a la sociedad
americana.
Esta peli de aire independiente
se caracteriza fundamentalmente, además de lo expuesto, por una cuidada y
medida puesta en escena, una estética setentera acompañada de una formidable
banda sonora retro y un montaje insólito, evidencias del estilo muy personal del
que la suscribe. ¿O no? La originalidad de sus propuestas ha sido en muchas
ocasiones puesta en duda. A poco que se analice su filmografía, se hallan
evidentes referencias y reminiscencias de otros cineastas. De hecho, Tarantino nunca
ha negado dichas influencias. Entre ellas cabría citar a iconos del spaghetti
western como Sergio Corbucci y Sergio Leone, cineastas de gran violencia visual
como Sam Peckinpah o Mario Bava y el cine oriental de artes marciales,
homenajeado en las dos partes de Kill
Bill (Tarantino; 2003 y 2004). Roza lo absurdo pretender que la creatividad
nace de la nada. Todas las obras de arte plásticas y sus artistas se basan en
algo anterior, o por lo menos, parten de una cultura visual precedente. Así
mismo, Tarantino ha influenciado de manera determinante a los jóvenes cineastas
posteriores, tanto por su cine como por su biografía. Es un director que ha
aprendido a hacer cine viendo cine. Nadie puede negar, por ejemplo, la
naturaleza de western en la primera secuencia de Malditos Bastardos (Inglorious
Basterds; 2010).
Tarantino se ha hecho un hueco en
el cine por méritos propios. La crítica y el público le avalan. Incluso fue
miembro del jurado de la penúltima edición del festival de Cannes... Pero aun
así, continúa sin poder colocar en su estantería la estatuilla a mejor
director. Tiempo al tiempo. Lo que sí está claro es que rebosa talento y oficio
y que seguirá regalándonos películas únicas que sólo podrían llevar su sello.
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