MY BLUEBERRY NIGHTS, UN DULCE BOCADO





My Blueberry Nights (Wong Kar-Wai, 2007)

Wong Kar-Wai siempre es sinónimo de buen cine. Realizador detallista, sensible y poético, sus imágenes, de una gran belleza plástica, rebosan lirismo y un marcado y atrevido estilo personal en cuanto a composición visual, ritmo y montaje. Unas señas de identidad que ya convencieron al público occidental y consagraron a su autor con la obra maestra Deseando Amar (In the Mood for Love; 2000) unos años atrás.

A pesar de ser una peli hongkonesa, My Blueberry Nights (2007) cuenta con un elenco hollywoodiense de primera fila (Jude Law, Natalie Portman, Rachel Weisz...) para relatar la sencilla historia de unos personajes vinculados entre sí debido a una variedad de decepciones amorosas. Cada uno de ellos permanece anclado a su pasado de una manera o de otra y no logran desprenderse de él. A través de la magnífica fotografía de Darius Khondji (Delicatessen, Seven, La playa) basada en la saturación de los colores, el juego de desenfoques y los suaves travellings tomados a través de cristaleras y otros objetos, asistimos de manera íntima y cómplice a una revelación de los sentimientos ocultos de nuestros protagonistas.

El cine asiático merece una mención aparte. Responde a una cultura y tradiciones muy distintas de Occidente y eso se plasma en la concepción visual y rítmica de sus imágenes, muy influenciadas por el arte japonés. Quizá este tipo de cine exige una mirada más paciente y un intento consciente de asimilar su manera de entender el mundo, tan válida como cualquier otra, pero a veces poco accesible para un espectador caucásico. La consecuencia es un cine cargado de sensibilidad y capacidad expresiva. En consonancia con ello, la película se toma su tiempo, dejando en el que mira un poso aletargado y melancólico. Por fortuna, posee una escueta duración de 90 minutos, la suficiente para no comenzar a estirar innecesariamente un guión que realmente no da para más. Se trata de una historia modesta, sin grandes alardes, que se gusta a sí misma y se detiene en los momentos más íntimos recreándose en su estética casi preciosista. Sin ánimo de engañar a nadie hay que advertir que la peli puede hacerse lenta y algo aburrida, ya que pertenece a esa dudosa categoría de “cine contemplativo” que se disfruta más con los sentidos que aplicando una ortodoxia narrativa. Puede parecer a su vez algo sensiblera, lo que comúnmente denominamos “pastelada”, pero bajo mi humilde opinión creo que explora de manera bastante sincera y delicada los estados de ánimo de sus personajes evitando con éxito caer en lo lacrimógeno o sentimentaloide. Y es que en eso, Wong Kar-Wai es un experto.

Lejos de ser la acostumbrada superproducción de Hollywood, se trata de una pequeña obra de arte asiática, una pequeña joya que viene a ser como ese helado que mitiga los desengaños del amor y endulza esas fatídicas “noches de arándano” que todos hemos vivido o viviremos alguna vez. Es un pequeño caramelo, algo edulcorado, pero muy disfrutable.

Y atentos a su delicioso final, una auténtica lección de sensibilidad y poesía y una culminación que da sentido y unidad a todo lo visto de manera que pocos realizadores se atreverían a hacer.



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