LA MANÍA DEL MEGAPÍXEL




Con el presente artículo tengo la intención de desterrar una creencia popular errónea bastante extendida acerca de la tecnología digital de la imagen, propiciada por el desconocimiento generalizado en el usuario medio (y no tan medio) acerca del tema, y bien aprovechado e incluso alimentado por la engañosa publicidad de los fabricantes. Me refiero a esa curiosa manía del megapíxel y el dudoso baremo que éste establece en la percepción por parte del consumidor de la calidad de los productos.

Para empezar, un píxel (acrónimo abreviado de “picture element”) es una unidad de información (que no de tamaño). Las imágenes rasterizadas o de mapa de bits están formadas por un número determinado de puntos que son los píxels. Cada píxel contiene información en tres parámetros: tono (referido al color), saturación (nivel de “pureza” del color) y brillo o luminosidad. Combinando estos tres parámetros, un solo píxel puede representar multitud de matices y tonalidades diferentes.

En fotografía, se incurre con frecuencia en el error de creer que la cámara con la resolución más alta en megapíxels es la mejor opción para cualquier momento y situación, y no siempre es así, ya que la resolución no es, ni mucho menos, el único factor para medir la calidad de un producto. La resolución indica el número de megapíxels (millones de píxels) que contiene la imagen, que suele ser una aproximación del resultado de multiplicar el número de píxels del ancho por el del alto de la imagen que la cámara genera. Está claro que a mayor número de megapíxels las imágenes se mostrarán con un detalle más fino y además nos brindará la posibilidad de imprimir nuestras fotos a mayor tamaño sin que llegue a apreciarse la estructura de píxels (el mapeado). Y aquí es cuando aparece esa exasperante manía por hacerse con la cámara que más resolución ofrezca, cuando en realidad hay multitud de factores adicionales que influyen poderosamente y de manera más decisiva en la calidad final de nuestras imágenes.

Dichos factores son fundamentalmente la óptica empleada, el sensor, el procesado de la imagen y el ratio de compresión. En las cámaras compactas, influye mucho también los automatismos que posea. La marca del fabricante tanto del cuerpo como de los objetivos también importa. Desgraciadamente para muchos bolsillos (incluido el mío), en este ámbito suele coincidir que lo más caro es lo mejor. Para el cuerpo, Canon y Nikon son las más fiables y recomendables. Sony también es muy competitivo, sobre todo en su línea Alpha de cámaras réflex. Olympus también tiene buena trayectoria en fotografía, pero es muy limitado a la hora de adquirir objetivos. En ópticas, las más célebres son Leica y Carl-Zeiss. Éste es, con mucho, el factor más decisivo en la calidad de nuestras imágenes. Es la parte más importante de una cámara, tanto para fotos como para vídeo. Según el diseño, número de lentes, materiales, tipo de construcción de la óptica, grado de corrección de aberraciones, etc., nuestra óptica nos servirá para conseguir mejores o peores fotos.

El sensor también influye mucho. Sus tres características principales son: resolución, tamaño y sensibilidad. Los más desarrollados, los CMOS, incluyen un convertidor analógico-digital que transforma la señal eléctrica directamente en información binaria, además de algunos dispositivos automáticos de corrección de brillo y contraste.

Y finalmente, el sistema de procesado del archivo, el nivel de compresión y el formato de imagen empleado (códec) participan de manera directa en el volumen de información respetada y en el grado de detalle presente en luces y sombras, es decir, en la fidelidad de la imagen resultante con su referente real o mejor dicho, con la imagen luminosa que ha captado el sensor.

Por tanto, comprobamos de manera muy sintetizada pero ilustrativa el complejo proceso de generar una imagen a partir de una selección de la realidad, proceso que implica varios elementos y fases. La luz que forma la imagen debe atravesar el conjunto de lentes del objetivo, llegar al sensor y a partir de ahí sufrir una serie de transformaciones hasta conseguir tener una traducción digital aproximada de lo que observábamos en un principio por el visor de nuestra cámara.

En video ocurre algo similar. El engaño nos los encontramos en la manera de vender la Alta Definición, el HD. Aquí existe una confusión bastante importante, auspiciada por los fabricantes y las grandes superficies. Para empezar, hay que tener claro que la Alta Definición es básicamente una resolución determinada (1920x1080, el full HD), al margen de todo lo que ello implica que es demasiado extenso para el propósito de este comentario. Casi produce mareo revisar la lista de prestaciones de los televisores, llenas de siglas incomprensibles para un consumidor medio. Para poder disfrutar de un visionado HD, primero hay que buscar un televisor con esa resolución mínima, independientemente de su tamaño en pulgadas, y a poder ser de LED y de 200 Hz o superior, para una mayor resolución dinámica (esto también en función de gustos, pues la imagen que generan este tipo de televisores puede parecer bastante irreal y desde luego muy poco fílmica). Y aun así, a menos que dispongamos de un reproductor Blu-ray o sintonicemos un canal que emita en HD, lo que estaremos viendo, a pesar de tener un televisor de última generación, será una imagen de definición estándar o SD (576 líneas en PAL), aunque eso sí, en panorámico, con relación de aspecto 16:9, por supuesto.

Sin ánimo de extenderme más, dejo mi exposición aquí. Espero haber esclarecido algunas dudas y animo a escribir un comentario a todo aquel que quiera aportar algo acerca de este asunto. Un saludo.

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