Dredd (Pete Travis, 2012)
“800 millones de personas viven entre las ruinas del viejo mundo. [...] Megacity Uno. Convulsa. Asfixiante. [...] Y sólo hay una cosa que lucha por imponer el orden entre el caos: los hombres y mujeres del departamento de Justicia.”
Con este demoledor prólogo arranca esta cinta de acción, con tintes de ciencia-ficción, basada en el famoso cómic del implacable Juez que ya encarnó Stallone en una versión bastante más blanda y floja que la que nos ocupa. Policía, juez, jurado y verdugo. Los Jueces son el único modo que existe en esta distopía futurista para aplastar el crimen que domina el nuevo mundo, corrompido hasta los cimientos. Megacity Uno, una interminable Megalópolis que se extiende desde Boston hasta Washington. Un gigantesco y podrido oasis en medio de un desolado páramo, arrasado por la guerra nuclear. Una ciudad maldita salpicada de Megaestructuras donde los ciudadanos se hacinan como ratas. Una inmensa cloaca donde la gente simplemente trata de sobrevivir un día más.
El personaje de Dredd, frente a su aparente simpleza, está perfectamente modelado. Un Juez inflexible, que aplica la justicia de manera rigurosa e implacable y la lleva hasta sus últimas consecuencias. Para él la ley está por encima de todo. De hecho, él es la ley. Y todos sabemos desde el principio que hará todo lo posible por imponerla. Es una figura objetivamente temible y odiosa, pero necesaria en una sociedad totalmente desintegrada e infecta como ésa. La gran interpretación de Karl Urban (quizá la única de su carrera) ayuda a darle forma. Como apunte curioso a la vez que brillante, Dredd nunca se quita el casco, manteniendo su condición de Juez en todo momento, sin dar atisbo de humanidad o empatía.
Cuenta con un apartado visual que cumple con nota, a pesar de su relativamente ajustado presupuesto (para ser una superproducción hollywoodiense). Mención especial merece el perspicaz truco de guión para explotar la moda del Super Slow Motion y poder recrearse en fastuosas imágenes tridimensionales a cámara súper lenta: la inclusión de la droga de diseño llamada precisamente Slo-mo, que al consumirla hace que el cerebro crea que el tiempo pasa a un 1% de su velocidad real. Lejos de suponer un tedioso artificio visual que reste credibilidad, se usa con mesura y con criterio en los momentos adecuados para aportar consistencia a la trama.
Con todo lo expuesto, cabría resaltar para terminar que NO se trata de un remake, sino de una versión totalmente distinta a su predecesora e infinitamente mejor, por qué no decirlo. Una revisión del cómic entretenida y efectiva que revitaliza el género de acción a cotas insospechadas para un mero, a priori, refrito tridimensional más.



Comentarios
Publicar un comentario